En las ciudades modernas de fin de siglo XIX y principios del XX las condiciones para la infancia eran «anémicas, por las funestas condiciones en las cuales les hace vivir la problemática civilización (…) las plazas llenas de polvo, los patios húmedos, las callejuelas llenas de humo o estrechas de los barrios industriales» (El Monitor de la Educación, p. 507, 1908). Las colonias escolares de vacaciones fueron la alternativa que médicos y educadores encontraron para que los niños y niñas respiren aire puro, fortifiquen los músculos y mejoren su humor (El Monitor de la Educación, p. 508, 1908).
La idea fue rápidamente puesta en funcionamiento por las municipalidades o asociaciones de filántropos en Suiza, Alemania, Francia e Inglaterra donde se consideraba que aportaban un gran beneficio para la salud de los chicos que habían terminado las clases.
Las colonias escolares se implementaron como una experiencia educativa vinculada a la salud infantil.
Las zonas rurales, las montañas o el mar eran los lugares donde «algunos niños de las ciudades, débiles, anémicos, acostumbrados a respirar un aire viciado» podrían respirar «a pulmón pleno, al aire sano y vivificante, el aire cargado de ozono y perfumado por los olores aromáticos de los pinos y de las plantas del bosque» (El Monitor de la Educación, p. 504, 1908).
La colonia era considerada una cuestión de importancia social para “la salud de cada uno de nosotros, su resistencia para las enfermedades, su valor físico no solamente visto como un bien personal, sino también un bien comunista” (p. 506).
Los médicos observaron los beneficios: con una estadía de 35 días, la niñez aumentaba de dos a cinco kilos de peso y de estatura (p. 507).
El pastor Bion de Zurich (Suiza) está considerado «el padre de las colonias de vacaciones» y tuvo que desafiar las burlas de los pedagogos llamados «rutinarios».