Díjole que en aquel su castillo no había capilla alguna donde
poder velar las armas, porque estaba derribada para hacerla de nuevo; pero que,
en caso de necesidad, él sabía que se podían velar dondequiera,
y que aquella noche las podría velar en un patio del castillo; que, a
la mañana, siendo Dios servido, se harían las debidas ceremonias,
de manera que él quedase armado caballero, y tan caballero, que no pudiese
ser más en el mundo.
Preguntole si traía dineros; respondió don Quijote que no traía
blanca, porque él nunca había
leído en las historias de los caballeros andantes que ninguno los hubiese
traído. A esto dijo el ventero que se engañaba; que, puesto caso
que en las historias no se escribía,
por haberles parecido a los autores de ellas que no era menester escribir una
cosa tan clara y tan necesaria de traerse como eran dineros y camisas limpias,
no por eso se había de creer que no los trajeron; y así, tuviese
por cierto y averiguado que todos los caballeros andantes, de que tantos libros
están llenos y atestados, llevaban bien
herradas las bolsas por lo que pudiese sucederles, y que asimismo llevaban
camisas y una arqueta pequeña llena de ungüentos para curar las
heridas que recibían, porque no todas veces en los campos y desiertos,
donde se combatían y salían heridos, había quien los curase,
si ya no era que tenían algún sabio encantador por amigo, que
luego los socorría, trayendo por el aire, en alguna nube, alguna doncella
o enano con alguna redoma de agua de tal virtud que, en gustando alguna gota
de ella, luego al punto quedaban sanos de sus llagas y heridas, como si mal
alguno hubiesen tenido; mas que, en tanto que esto no hubiese, tuvieron los
pasados caballeros por cosa acertada que sus escuderos fuesen proveídos
de dineros y de otras cosas necesarias, como eran hilas y ungüentos para
curarse; y cuando sucedía que los tales caballeros no tenían escuderos,
que eran pocas y raras veces, ellos mismos lo llevaban todo en unas alforjas
muy sutiles, que casi no se parecían, a las ancas del caballo, como que
era otra cosa de más importancia; porque, no siendo por ocasión
semejante, esto de llevar alforjas no fue muy admitido entre los caballeros
andantes, y por esto le daba por consejo, pues aun se lo podía mandar
como a su ahijado, que tan presto lo había de ser, que no caminase de
allí adelante sin dineros y sin las prevenciones referidas, y que vería
cuán bien se hallaba con ellas, cuando menos se pensase.
![]() |
![]() |
|||
Capítulo I | Capítulo III | Capítulo VII | ||
Capítulo II | Capítulo IV | Capítulo VIII | ||