CAPÍTULO
VII
De la segunda salida de nuestro buen caballero
don Quijote de la Mancha
[...]
Aquella noche quemó y abrasó el ama cuantos libros había
en el corral y en toda la casa [...].
Uno de los remedios que el cura y el barbero dieron por entonces para el mal
de su amigo fue que le murasen y tapiasen el aposento de los libros, por que,
cuando se levantase, no los hallase (quizá quitando la causa, cesaría
el efecto), y que dijesen que un encantador se los había llevado, y el
aposento y todo; y así fue hecho con mucha presteza.
De allí a dos días se levantó don Quijote, y lo primero
que hizo fue ir a ver sus libros, y, como no hallaba el aposento donde le había
dejado, andaba de una en otra parte buscándole. Llegaba adonde solía
tener la puerta y tentábala con las manos, y volvía y revolvía
los ojos por todo, sin decir palabra; pero al cabo de una buena pieza, preguntó
a su ama que hacia qué parte estaba el aposento de sus libros. El ama,
que ya estaba bien advertida de lo que había de responder, le dijo:
—¿Qué aposento o qué nada busca vuestra merced? Ya
no hay aposento ni libros en esta casa, porque todo se lo llevó el mismo
diablo.
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