El mundo a sus pies

Sin lugar a duda uno de los períodos creativos más importantes de Quinquela fue la década del 20, y en ésta logrará su definitiva proyección internacional.

Realizará muestras en los principales centros artísticos del nuevo y del viejo continente: Río de Janeiro, Madrid, París, New York, La Habana, Roma y Londres, siendo su obra aclamada unánimemente por los más destacados críticos de arte y personalidades de la cultura foránea.

Al final de cada viaje, producto de las ventas, retornará a la Argentina con pocas obras, pero con el mayor tesoro... las valijas llenas de gloria.

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En agosto de 1920 Quinquela, acompañado de Eduardo Taladrid, realiza su primer viaje al exterior con destino a Brasil con el propósito de exponer sus obras en Río de Janeiro. Ambos viajan en representación de la Sociedad Estímulo de Bellas Artes. Es así que en noviembre en la ciudad carioca expone sus obras en el Salón de Honor de la Escuela Nacional de Bellas Artes, y la exitosa inauguración cuenta con la presencia del presidente de Brasil Dr. Epitácio Pessoa, quien le adquire una obra para el Palacio Guanabara, por entonces residencia presidencial en Río de Janeiro.

Ese mismo año es galardonado con el Tercer Premio en el Salón Nacional por su óleo Escena de trabajo en La Boca.

En 1922 muda su estudio a la casona Cichero, ubicada en Pedro de Mendoza 2087, donde también instalan sus talleres los artistas Victorica y Lacámera.

“Alquilamos con Victorica y Lacámera una vieja casona en la Vuelta de Rocha, donde instalé mi tercer taller… Su distribución nos permitía una gran independencia, tanto que a veces, entusiasmados con el trabajo, pasábamos días enteros sin vernos. Los tres nos llevábamos muy bien, salvo cuando Victorica bebía. Cada vez que tomaba una copa de más, él, que de costumbre era tan medido, casi tímido, decidía matarlo a Lacámera. Yo, sin contradecirlo abiertamente trataba de disuadirlo: ‘Matálo mañana’, le proponía. Y como era tan fino, ante mi insistencia, accedía casi siempre a postergar el homicidio”.

En enero de 1923 viajó a España con un puesto de canciller en el Consulado argentino en Madrid, otorgado por el presidente Marcelo T. de Alvear.

En abril se inaugura su primera exposición en suelo europeo. La misma se efectúa en el prestigioso Círculo de Bellas Artes, de Madrid, a la que asiste la infanta Isabel.

En la capital española se vincula con famosos artistas e intelectuales. Su muestra obtiene gran suceso y vende, entre otras, dos obras para el Museo Nacional de Arte Moderno, siendo el primer pintor sudamericano en figurar en este museo. En agosto de 1923 regresa a la Argentina.

En noviembre de 1924 expone en Amigos del Arte, ubicada en la calle Florida, y en mayo de 1925 compra para sus padres la casa de la calle Magallanes Nº 889 donde, desde hace años, tienen su hogar, la carbonería y almacén de comestibles.

Durante julio de 1925 el presidente Alvear visita el taller de Quinquela, situado en la calle Coronel Salvadores 616, esquina Pedro de Mendoza, y le compra su óleo Puente de La Boca, que será obsequiado al príncipe de Gales, Eduardo VIII, en ocasión de su visita a la Argentina.

En noviembre de ese año, con pasaporte diplomático -otorgado por el presidente Marcelo T. de Alvear- con el cargo de canciller de la Legación de Argentina en Francia, parte rumbo a París.

En la “Ciudad Luz” expuso con gran éxito en la Sala Charpentier, donde el director del Museo de Luxemburgo le compra una obra. Conoce al escultor Antoine Bourdelle y a Filippo Marinetti, entre otras grandes personalidades, y frecuenta diversos ámbitos artísticos y culturales.

Mientras Quinquela permanece en Francia, se funda oficialmente en Buenos Aires, en mayo de 1926, la Agrupación de Gente de Arte y Letras La Peña, activo reducto intelectual ubicado en el sótano del Café Tortoni, ubicado en la Av. de Mayo. El artista boquense es uno de sus fundadores y líder desde que comienzan a reunirse -entre ellos Juan de Dios Filiberto- en 1925 en el bar La Cosechera, situado en la misma avenida. Las actividades de La Peña, conferencias, conciertos, exposiciones, etc. trascenderán las fronteras del país y en más de una oportunidad contaron con la presencia del presidente de la Nación, Marcelo Torcuato de Alver y su esposa, la destacada soprano Regina Pacini, y rutilantes figuras como, Alfonsina Storni, González Tuñón, Luigi Pirandello, Carlos Gardel, Arturo Rubinstein, Josephine Baker, Filippo Marinetti, entre otros.

En diciembre de 1927 parte para New York, Estados Unidos, donde exhibe treinta pinturas en el mes de marzo de 1928 en la Anderson Galleries. Durante la inauguración asiste el cónsul argentino. La Sra. Lousine Havemeyer, famosa benefactora del Museo Metropolitano de New York, le compra dos óleos, siendo luego donado uno de ellos a dicho museo.

Debido a la invitación del conde del Rivero, presidente del Diario de la Marina, de Cuba, viaja en abril, desde New York, a exponer sus obras en los salones del diario en la ciudad de la Habana. Asiste a la inauguración el embajador argentino Dr. Laurentino Olascoaga.

El 20 de junio regresa al país siendo recibido en la Vuelta de Rocha por una jubilosa manifestación compuesta por cientos de hombres, mujeres, niños, incesantes bombas de estruendo y una banda de música. En julio se da un banquete en su honor coorganizado por La República de La Boca, en la sala del Teatro José Verdi, ubicado en Almirante Brown 736, con gran asistencia de público y que cuenta con la presencia del presidente de la República Dr. Alvear.

Continúa trabajando febrilmente en su taller para emprender, en febrero de 1929, con pasaporte diplomático, el viaje a Italia donde en abril inaugura en Roma su muestra en el Palazzo delle Esposizioni, uno de los lugares de exposición más importantes de la ciudad. A instancias del embajador argentino, la muestra es visitada el 23 de ese mes, por el rey Vittorio Emanuele III. Días más tarde visita la muestra Benito Mussolini, también por intermedio de la embajada argentina. Muy impresionado por los cuadros “Il Duce” le dice: “Lei è il mio pittore” (“Usted es mí pintor”) y ante la pregunta de porqué de Quinquela, le responde: “porque usted pinta el trabajo”. Mussolini elige el óleo Momento violeta para la colección del Museo de Arte Moderno de Roma, siendo ésta la primera vez que se le adquiere a un artista argentino una obra con ese destino. Es, además, recibido en audiencia privada por el Papa Pío XI.

Feliz por el extraordinario éxito de su muestra retorna a la Argentina en el mes de julio.

En febrero de 1930 parte rumbo a Inglaterra para emprender la que sería su última exposición en Europa. La misma se realiza en Londres, en el mes de junio, en la New Burlington Galleries, bajo el patrocinio del embajador argentino José Evaristo Uriburu (h). Asisten a la inauguración el escritor y periodista Cunninghame Graham, James Bolívar Manson, director de la célebre Tate Gallery de Londres, quien escribe el prólogo del catálogo de la muestra; la condesa de Cathcart, entre otras famosas personalidades.

Días más tarde el ex presidente Marcelo T. de Alvear visita la muestra. Vende siete obras, entre ellas Sol de mañanaque es adquirida por el célebre art dealer sir Joseph Duveen, quien la dona a la Tate Gallery, si bien la obra por razones de tamaño y otros motivos no es incorporada y se encuentra en el patrimonio del Museo Municipal de Manchester. James Bolivar Manson, entonces director de la Tate Gallery , comparó en el prólogo del catálogo a Quinquela con Van Gogh:

… la obra de Van Gogh es más general y menos especializada, la de Quinquela toma un aspecto aislado de la vida (sus amados docks de Buenos Aires) con un dibujo poderoso e inevitable.

Retorna finalmente a la Argentina en agosto de 1930.

Decide que su exposición en Inglaterra fue su último viaje al exterior, a pesar de que poco más tarde tendrá firmes propuestas de los gobiernos de Alemania y Japón para ir a exponer sus obras. Elige, sin embargo, quedar anclado en su barriada. Una razón afectiva lo lleva a tomar esta decisión, que el mismo Quinquela relatará en su autobiografía: “Me encontré en Buenos Aires a una viejita pequeña, arrugada, de cabeza blanca y rostro aceitunado. Se llamaba Justina Molina de Chinchella. No tenía la menor idea aproximada del tamaño del mundo, y cada vez que me veía llegar a nuestra casa de la calle Magallanes, al volver de mis largos viajes, se quedaba muy sorprendida de que hubiera tardado tanto en volver, y acostumbraba decirme: -Cualquier día te va a pasar una desgracia por pasarte tanto tiempo fuera de casa. ¿No te podrías quedar tranquilo en la Boca una temporada? Y por no intranquilizarla a ella me quedé tranquilo en la Boca desde entonces.”

“La Boca es mi taller, mi refugio y mi modelo”