—Calla, amigo Sancho –respondió don Quijote–, que
las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua
mudanza; cuanto más que yo pienso, y es así verdad, que aquel
sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos
gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad
que me tiene; mas, al cabo al cabo, han de poder poco sus malas artes contra
la bondad de mi espada.
—Dios lo haga como puede –respondió Sancho Panza.
Y, ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio
despaldado estaba; y, hablando en la pasada aventura, siguieron el camino del
puerto Lápice, porque allí decía don Quijote que no era
posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras.
[...]
—A la mano de Dios –dijo Sancho–; yo lo creo todo así
como vuestra merced lo dice; pero enderécese un poco, que parece que
va de medio lado, y debe de ser del molimiento de la caída.
—Así es la verdad –respondió don Quijote–; y,
si no me quejo del dolor, es porque no es dado a los caballeros andantes quejarse
de herida alguna, aunque se le salgan las tripas por ella.
—Si eso es así, no tengo yo que replicar –respondió
Sancho–; pero sabe Dios si yo me holgara que vuestra merced se quejara
cuando alguna cosa le doliera. De mí sé decir que me he de quejar
del más pequeño dolor que tenga, si ya no se entiende también
con los escuderos de los caballeros andantes eso del no quejarse.
No se dejó de reír don Quijote de la simplicidad de su escudero,
y así, le declaró que podía muy bien quejarse como y cuando
quisiese, sin gana o con ella; que hasta entonces no había leído
cosa en contrario en la orden de caballería.
[...]
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