Tornaron a su comenzado camino del puerto Lápice, y a obra de las tres del día le descubrieron.
—Aquí –dijo en viéndole don Quijote– podemos, hermano Sancho Panza, meter las manos hasta los codos en esto que llaman aventuras. Mas advierte que, aunque me veas en los mayores peligros del mundo, no has de poner mano a tu espada para defenderme, si ya no vieres que los que me ofenden es canalla y gente baja, que en tal caso bien puedes ayudarme; pero, si fueren caballeros, en ninguna manera te es lícito ni concedido por las leyes de caballería que me ayudes hasta que seas armado caballero.
—Por cierto, señor –respondió Sancho–, que vuestra merced sea muy bien obedecido en esto, y más, que yo de mío me soy pacífico y enemigo de meterme en ruidos ni pendencias; bien es verdad que en lo que tocare a defender mi persona no tendré mucha cuenta con esas leyes, pues las divinas y humanas permiten que cada uno se defienda de quien quisiere agraviarle.

Luego de la desafortunada pelea contra los molinos de viento,
nuestro valeroso caballero se enfrentó con un vizcaíno
–que acompañaba el coche donde viajaba una dama–
en un duelo memorable que termina en la segunda
parte con el triunfo de Don Quijote.

[...]
...en este punto y término, deja pendiente el autor (de) esta historia, disculpándose que no halló más escrito de estas hazañas de don Quijote de las que deja referidas. Bien es verdad que el segundo autor de esta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido ni que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha, que no tuviesen en sus archivos o en sus escritorios algunos papeles que de este famoso caballero tratasen, y así, con esta imaginación, no se desesperó de hallar el fin de esta apacible historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en la segunda parte.

 
 
Capítulo I   Capítulo III Capítulo VII
Capítulo II Capítulo IV Capítulo VIII