—Dichosa edad y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles y pintarse en tablas, para memoria en lo futuro. ¡Oh tú, sabio encantador, quien quiera que seas, a quien ha de tocar el ser cronista de esta peregrina historia, ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno mío en todos mis caminos y carreras!
Luego volvía diciendo, como si verdaderamente fuera enamorado:
—¡Oh princesa Dulcinea, señora de este cautivo corazón!,
mucho agravio me habedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento
de mandarme no parecer ante la vuestra fermosura. Plégaos, señora,
de membraros de este vuestro sujeto corazón, que tantas cuitas por vuestro
amor padece.
Con estos iba ensartando otros disparates, todos al modo de los que sus libros
le habían enseñado, imitando en cuanto podía su lenguaje.
Con esto caminaba tan despacio, y el sol entraba tan aprisa y con tanto ardor,
que fuera bastante a derretirle los sesos, si algunos tuviera. Casi todo aquel
día caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual
se desesperaba, porque quisiera topar luego con quien hacer experiencia del
valor de su fuerte brazo. Autores hay que dicen que la primera aventura que
le vino fue la del puerto
Lápice, otros dicen que la de los molinos de viento; pero lo que
yo he podido averiguar en este caso y lo que he hallado escrito en los anales
de la Mancha es que él anduvo todo aquel día y, al anochecer,
su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre; y que,
mirando a todas partes por ver si descubriría algún castillo o
alguna majada de pastores donde recogerse y adonde pudiese remediar su mucha
hambre y necesidad, vio, no lejos del camino por donde iba, una venta, que fue
como si viera una estrella que no a los portales, sino a los alcázares
de su redención le encaminaba. Diose prisa a caminar y llegó a
ella a tiempo que anochecía.
![]() |
![]() |
|||
Capítulo I | Capítulo III | Capítulo VII | ||
Capítulo II | Capítulo IV | Capítulo VIII | ||