Aquel instante presente

Texto elaborado por Lourdes Ezquiaga.

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Estoy camino a la facultad cuando pienso en volver a verlo: ¿qué pasa si esta vez me decido a pasar por aquella avenida?, ¿qué tan probable es que luego de cinco años nuestros caminos se crucen otra vez?, ¿podría el destino o algún Dios jugar a mi favor tirando nuevamente los dados? Después de años de mirar aquellos Jacarandás antes de tomar el colectivo 132 imaginando reencontrarme con él, me decidí a seguir por Talcahuano derecho hasta llegar a la avenida Santa fe. En mis pensamientos se agolpaban infinidad de recuerdos: la vez que nos conocimos, atardeceres, los viajes en tren y después en micro, las distancias, complicidades, canciones, aromas, olores, postales compartidas. ¿Cómo podríamos reconocernos si entonces nos volviésemos a ver? Esta vez ya más grandes, con otras ropas, con otros gestos, habiendo vivido otras historias, a poco de terminar la facultad. Pensar en encontrarme con él era como revivir el deseo latente durante años de espera y los proyectos que habían quedado cual ilusiones perdidas. ¿Y si me lo encuentro esta vez acompañado con otra mujer, tal vez los dos de la mano y besándose? Pensar en esto me hacía sentir un dolor agudo y profundo en mi corazón como una estaca que te atraviesa el alma. ¿Qué podría pasar si nos cruzáramos y la marea de autos nos distancia una vez más jugándonos en contra? O si me ve y ya no me reconoce. De algo estoy segura: quiero volver a verlo y mientras lo afirmo mi corazón late acelerado y me muestra de que aún lo sigo amando.

Teníamos 17 años yo y 19 años él cuando pasábamos las tardes en Barrancas de Belgrano. Recuerdo aquella foto que nos tomamos mientras él se agarraba el pelo y yo sostenía un cigarrillo a medio fumarse. Tenía puesta esa camisa turquesa con las mangas sueltas y un jean azul con estilo Oxford. ¡Qué jóvenes que éramos y cuántos sueños teníamos por delante! Caminábamos sintiendo que el mundo era nuestro y qué felices que éramos. Íbamos de la mano y él me cantaba al oído algunas de sus canciones que me había compuesto y yo me sentía la mujer amada más feliz del mundo, el cuerpo me temblaba cada vez que estábamos juntos. Pasábamos nuestras tardes en Belgrano en la casa de su amigo Fermín entonces él sacaba la guitarra mientras su amigo hablaba de política y yo me sentía tan a gusto entre ellos. Solo pensaba en mi futuro con Juan Ignacio habiendo terminado mis estudios y dedicándome a vivir plenamente la vida con él. La sensación de libertad crecía por mi cuerpo y me sentía amada y deseada por él que había logrado ver en mí a una mujer joven, inteligente y bonita.

Cómo me gustaba ver el atardecer poniéndose desde la ventana del tren que regresaba de Gonnet para llegar a Constitución. Me sentía tan inmensa que el alma me quedaba pequeña en el cuerpo y mi corazón latía de alegría. Cómo describir esa emoción en donde todo te parece bello y hermoso, en un eterno presente. Adelante mío los niños asomándose a espiar los asientos contiguos mientras pensaba que había vivido cada vez el día más bello de mi vida. Cuánto entusiasmo me generaba aquellos días en los que me ausentaba a las clases en la facultad, me subía al 96 para llegar a Constitución y desde allí los parlantes anunciaban la venida del tren Roca con destino a La plata. Era tan joven y tenía todo el tiempo por delante. Entonces me bajaba del tren mientras él me esperaba y nos abrazábamos tan bellamente que el tiempo parecía se había detenido. Luego caminábamos tomados de las manos mientras me llevaba a pasear hasta que llegábamos a su casa. Solía esperarme los viernes con una rica comida que preparaba Carmen hasta que volvíamos a recorrer las calles y descansábamos en la Ciudad de los niños.

Me costaba pasar por aquella parada del colectivo 55 en donde habíamos dejado gravado nuestros nombres, algo que quedaría para siempre. Recuerdo la primera vez que nos vimos en Capital en un bar de Plaza Miserere de nombre Acatraz. Sus ojos celestes y su pelo morocho que caía sobre sus hombros me había dejado una postal que guardaría en mi memoria durante mucho tiempo. Entonces al poco de hablar me contó que me había compuesto una canción cuando nos conocimos después de aquella tarde en Villa Gesell que decía: cuando caiga el sol dentro del mar, cuando espíe la luna tanta hermosura y esa ternura que me das sobre la arena. Esa noche nos quedamos hablando hasta que se hizo la una de la mañana entonces nos despedimos. Me acompañó al colectivo y él buscó el 55 para regresar a lo de su amigo.

Acaba de cortar el semáforo y la marea de autos acelera por la avenida. Los bocinazos y las voces de la gente me traen al instante presente en donde todo es posible. Me tiemblan las piernas y el corazón se me acelera. El sol de otoño acaricia mis mejillas y debajo de mi campera de jean transpiro. Ya no hay lugar para preguntas. Mi vida tiene sentido en este hermoso presente. El destino nos vuelve a encontrar. Se acerca, me saluda. Seguimos de largo. Cruzo la avenida.


Aquel instante presente, por Lourdes Ezquiaga.