El ventero se desesperaba de ver la flema del escudero y el maleficio del señor,
y juraba que no había de ser como la vez pasada, que se le fueron sin
pagar; y que ahora no le habían de valer los previlegios de su caballería
para dejar de pagar lo uno y lo otro, aun hasta lo que pudiesen costar las botanas
que se habían de echar a los rotos cueros. Tenía el cura de las
manos a don Quijote, el cual, creyendo que ya había acabado la aventura
y que se hallaba delante de la princesa Micomicona, se hincó de rodillas
delante del cura, diciendo:
—Bien puede la vuestra grandeza, alta y famosa señora, vivir, de
hoy más, segura que le pueda hacer mal esta mal nacida criatura, y yo
también de hoy más soy quito de la palabra que os di, pues con
el ayuda del alto Dios y con el favor de aquella por quien yo vivo y respiro,
también la he cumplido.
—¿No lo dije yo? –dijo oyendo esto Sancho–. Sí
que no estaba yo borracho; ¡mirad si tiene puesto ya en sal mi amo al
gigante! ¡Ciertos son los toros; mi condado está de molde!
¿Quién no había de reír con los disparates de los
dos, amo y mozo? Todos reían,
sino el ventero, que se daba a Satanás. Pero, en fin, tanto hicieron
el barbero, Cardenio y el cura, que con no poco trabajo dieron con don Quijote
en la cama, el cual se quedó dormido, con muestras de grandísimo
cansancio.
Dejáronle dormir y saliéronse al portal de la venta a consolar
a Sancho Panza de no haber hallado la cabeza del gigante, aunque más
tuvieron que hacer en aplacar al ventero, que estaba desesperado por la repentina
muerte de sus cueros.
[...]
Dorotea consoló a Sancho Panza, diciéndole que cada y cuando que
pareciese haber sido verdad que su amo hubiese descabezado al gigante, le prometía,
en viéndose pacífica en su reino, de darle el mejor condado que
en él hubiese. Consolose con esto Sancho y aseguró a la princesa
que tuviese por cierto que él había visto la cabeza del gigante,
y que, por más señas, tenía una barba que le llegaba a
la cintura, y que si no parecía era porque todo cuanto en aquella casa
pasaba era por vía de encantamento, como él lo había probado
otra vez que había posado en ella. Dorotea dijo que así lo creía,
y que no tuviese pena, que todo se haría bien y sucedería a pedir
de boca.
[...]
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