CUARTA PARTE DEL INGENIOSO HIDALGO
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Mientras el cura y el barbero aguardaban
el regreso de Sancho se encontraron con
Cardenio, que lloraba sus penas de enamorado,
y con Dorotea, una hermosa y desdichada
dama que penaba también por un amor perdido.
[...] En esto, oyeron voces y conocieron que el que las daba era Sancho Panza,
que, por no haberlos hallado en el lugar donde los dejó, los llamaba
a voces. Saliéronle al encuentro y, preguntándole por don Quijote,
les dijo cómo le había hallado desnudo en camisa, flaco, amarillo
y muerto de hambre, y suspirando por su señora Dulcinea; y que, puesto
que le había dicho que ella le mandaba que saliese de aquel lugar y se
fuese al del Toboso, donde le quedaba esperando, había respondido que
estaba determinado de no parecer ante su fermosura fasta que hubiese fecho fazañas
que le ficiesen digno de su gracia.
[...]
El cura contó luego a Cardenio y a Dorotea
lo que tenían pensado para remedio de don Quijote, a lo menos para llevarle
a su casa. A lo cual dijo Dorotea que ella haría mejor la doncella menesterosa,
y más, que tenía allí vestidos con que hacerlo al natural,
y que la dejasen el cargo de saber representar
todo aquello que fuese menester para llevar adelante su intento, porque ella
había leído muchos libros de caballerías y sabía
bien el estilo que tenían las doncellas cuitadas cuando pedían
sus dones a los andantes caballeros.
—Pues no es menester más –dijo el cura–, sino que luego
se ponga por obra [...].
Sacó luego Dorotea de su almohada una saya entera de cierta telilla rica
y una mantellina de otra vistosa tela verde, y de una cajita un collar y otras
joyas, con que en un instante se adornó, de manera que una rica y gran
señora parecía. Todo aquello y más dijo que había
sacado de su casa para lo que se ofreciese, y que hasta entonces no se le había
ofrecido ocasión de habello menester. A todos contentó en extremo
su mucha gracia y hermosura.
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