CAPÍTULO LII
De la pendencia que don Quijote tuvo con el cabrero,
con la rara aventura de los deceplinantes,
a quien dio felice fin a costa de su sudor
Para llevar de regreso a Don Quijote a su aldea,
el cura y el barbero y todos los que estaban
en la venta fingieron un encantamiento: mientras nuestro caballero dormía,
lo ataron y lo
colocaron en una jaula. Al despertarse, el ilustre hidalgo escuchó una
voz cavernosa que le
predecía que se iba a casar con Doña Dulcinea si aceptaba la dura
prisión a la que lo
habían condenado sus enemigos. Esta profecía reconfortó
su ánimo y le ayudó a aceptar
el infamante cautiverio al que estaba sometido. Puesta la jaula sobre un carro
de bueyes
vemos a don Quijote dejar la venta y enfrentarse a nuevas aventuras en los senderos
que
lo conducen hacia su casa.
[...]
...a cabo de seis días llegaron a la aldea de don Quijote, adonde entraron
en la mitad del día, que acertó a ser domingo, y la gente estaba
toda en la plaza, por mitad de la cual atravesó el carro de don Quijote.
Acudieron todos a ver lo que en el carro venía, y, cuando conocieron
a su compatriota, quedaron maravillados, y un muchacho acudió corriendo
a dar las nuevas a su ama y a su sobrina de que su tío y su señor
venía flaco y amarillo, y tendido sobre un montón de heno, y sobre
un carro de bueyes. Cosa de lástima fue oír los gritos que las
dos buenas señoras alzaron, las bofetadas que se dieron, las maldiciones
que de nuevo echaron a los malditos libros
de caballerías; todo lo cual se renovó cuando vieron entrar
a don Quijote por sus puertas. A las nuevas desta venida de don Quijote acudió
la mujer de Sancho Panza, que ya había sabido que había ido con
él, sirviéndole de escudero, y, así como vio a Sancho,
lo primero que le preguntó fue que si venía bueno el asno. Sancho
respondió que venía mejor que su amo.
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