Cerró con esto el testamento y, tomándole un desmayo, se tendió
de largo a largo en la cama. Alborotáronse todos y acudieron a su remedio
y, en tres días que vivió después deste donde hizo el testamento,
se desmayaba muy a menudo. Andaba la casa alborotada pero, con todo, comía
la sobrina, brindaba el ama y se regocijaba Sancho Panza, que esto del heredar
algo borra o templa en el heredero la memoria de la pena que es razón
que deje el muerto.
En fin llegó el último de don Quijote, después de recebidos
todos los sacramentos y después de haber abominado con muchas y eficaces
razones de los libros de caballerías; hallose el escribano presente y
dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías
que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente
y tan cristiano como don Quijote, el cual, entre compasiones y lágrimas
de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que
se murió.
Viendo lo cual el cura, pidió al escribano le diese por testimonio como Alonso Quijano el Bueno, llamado comúnmente don Quijote de la Mancha, había pasado desta presente vida y muerto naturalmente. Y que el tal testimonio pedía para quitar la ocasión de que algún otro autor que Cide Hamete Benengeli le resucitase falsamente y hiciese inacabables historias de sus hazañas.
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