Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro
de una tumba, con voz debilitada y enferma, dijo:
—Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y yo el
más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude
esta verdad; aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me
has quitado la honra.
—Eso no haré yo, por cierto -dijo el de la Blanca Luna-; viva,
viva en su entereza la fama de la hermosura de la señora Dulcinea del
Toboso; que sólo me contento con que el gran don Quijote se retire a
su lugar un año, o hasta el tiempo que por mí le fuere mandado,
como concertamos antes de entrar en esta batalla. [...]
Vencido Don Quijote en un duelo
tan singular,
en cumplimiento de la palabra empeñada, regresa
con su fiel escudero a la aldea.
CAPÍTULO LXXIV
De cómo don Quijote cayó malo
y del testamento que hizo y su muerte
Como las cosas humanas no sean eternas, yendo siempre en declinación
de sus principios hasta llegar a su último fin, especialmente las vidas
de los hombres, y como la de don Quijote no tuviese privilegio del cielo para
detener el curso de la suya, llegó su fin y acabamiento cuando él
menos lo pensaba [...]
Llamaron sus amigos al médico, tomole el pulso y no le contentó
mucho, y dijo que, por sí o por no, atendiese a la salud de su alma porque
la del cuerpo corría peligro. Oyolo don Quijote con ánimo sosegado,
pero no lo oyeron así su ama, su sobrina y su escudero, los cuales comenzaron
a llorar tiernamente como si ya le tuvieran muerto delante. Fue el parecer del
médico que melancolías y desabrimientos le acababan. Rogó
don Quijote que le dejasen solo, porque quería dormir un poco. Hiciéronlo
así y durmió de un tirón, como dicen, más de seis
horas, tanto que pensaron el ama y la sobrina que se había de quedar
en el sueño. Despertó al cabo del tiempo dicho y, dando una gran
voz, dijo:
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