En 1871, una epidemia de fiebre amarilla asoló Buenos Aires. Fue la gota que colmó el vaso en una sociedad que ya había sufrido varias epidemias a lo largo del siglo. Murieron 13.614 personas sobre una población de 187 mil habitantes (según la Asociación Médica Bonaerense).
Las causas de la fiebre amarilla eran desconocidas en la época, y en el desconcierto, se pusieron en juego múltiples representaciones sobre su origen. Algunos atribuían la peste a
las condiciones de vida de los pobres (hacinados en los conventillos) y otros al estado deplorable del Riachuelo, resultado de la actividad de los saladeros.