En el siglo XVIII la población porteña utilizaba pozos ciegos para los desagües cloacales y extraía agua de los pozos o aljibes para beber.
La sucesiva ocurrencia de pestes dio un fuerte impulso a las obras de salubridad y agua potable. En 1871, la Comisión de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado planificó la construcción de las obras de agua corriente, cloacas y desagües pluviales, que comenzaron en 1874.