El arte perdido de las cartas manuscritas

Ensayo elaborado por Marta Robledo.

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Cuánto tiempo hace que el cartero no golpea a nuestra puerta para entregarnos un sobre, pero no un sobre con facturas a pagar, sino un sobre que tenga en su interior la carta de una vieja amiga, de un antiguo amor, o de un amor actual.

Hasta avanzados los años 90 yo recuerdo que la costumbre era enviar y recibir cartas manuscritas, postales de cumpleaños, también los saludos de Navidad y Año Nuevo y tarjetas de lugares maravillosos cuando estábamos de vacaciones.

Con el cambio del milenio, la tecnología y el auge de internet trajeron la masificación del correo electrónico, de WhatsApp, Facebook, Instagram y también de Twitter. Plataformas que redujeron esas historias escritas a mano en piezas de colección o en ese objeto tan preciado que las abuelas guardaban en coquetas cajas atadas con cintas de raso.

La escritura manual se usa cada vez menos y me pregunto si no corremos riesgo de que nuestro cerebro funcione en forma deficiente, porque, según tengo entendido, el acto de escribir a mano nos permite la organización de estructuras a nivel cerebral que hacen memorizar la palabra y una cantidad de datos que luego se elaboran en el pensamiento.

La tecnología es hoy, tanto para los jóvenes como para los adultos, una adicción, no como el alcohol, la droga o el tabaco, por supuesto, pero adicción al fin, que nos tiene conectados y totalmente dependientes del celular.

El acto de escribir a mano nos permite la organización de estructuras a nivel cerebral que hacen memorizar la palabra.

Atrás quedó el ritual de las cartas manuscritas, cuando elegíamos el papel y el sobre apropiado. Si era enviada por avión y certificada con aviso de retorno buscábamos el sobre más liviano y que dijera “Vía Aérea”. Las estampillas postales se coleccionaban y también se intercambiaban. Las cartas reflejaban el estado de amor o de odio. Podían ser cartas temblorosas y quebradas pero también las había perfumadas y con el sello de unos labios muy rojos que transportaban besos apasionados.

La palabra manuscrita tiene la capacidad de visibilizar lo propio de cada ser humano. El trazo de cada persona es único y revela características intransferibles y en eso se acerca a lo que sería nuestra huella digital.

Este tiempo de cibernautas o mensajes rápidos no alcanza para crear la atmósfera de intimidad de aquellos días, pero la ventaja es la rapidez, la inmediatez. No debemos demonizar la tecnología porque siempre es posible zanjar la pugna entre lo manuscrito y lo digital, entre lo romántico y lo tecnológico.


El arte perdido de las cartas manuscritas, por Marta Robledo.