—¡Defiéndete, cautiva
criatura , o entriégame de tu voluntad lo que con tanta razón
se me debe!
El barbero, que, tan sin pensarlo ni temerlo, vio venir aquella fantasma sobre
sí, no tuvo otro remedio, para poder guardarse del golpe de la lanza,
sino fue el dejarse caer del asno abajo; y no hubo tocado al suelo, cuando se
levantó más ligero que un gamo y comenzó a correr por aquel
llano, que no le alcanzara el viento. Dejose la bacía en el suelo, con
la cual se contentó don Quijote, y dijo que el pagano había andado
discreto, y que había imitado al castor, el cual, viéndose acosado
de los cazadores, se taraza y harpa
con los dientes aquello por lo que él, por distinto
natural, sabe que es perseguido. Mandó a Sancho que alzase el yelmo,
el cual, tomándola en las manos, dijo:
—¡Por Dios que la bacía es buena, y que vale un real de a
ocho como un maravedí!
Y dándosela a su amo, se la puso luego en la cabeza, rodeándola
a una parte y a otra, buscándole el encaje, y como no se le hallaba,
dijo:
—Sin duda que el pagano a cuya medida se forjó primero esta famosa
celada, debía de tener grandísima cabeza, y lo peor dello es que
le falta la mitad.
Cuando Sancho oyó llamar a la bacía celada, no pudo tener la risa;
mas vínosele a las mientes la cólera de su amo y calló
en la mitad della.
—¿De qué te ríes, Sancho? –dijo don Quijote.
—Ríome –respondió él– de considerar la
gran cabeza que tenía el pagano dueño deste almete, que no semeja
sino una bacía de barbero pintiparada.
—¿Sabes qué imagino,
Sancho? Que esta famosa pieza deste encantado yelmo, por algún estraño
accidente debió de venir a manos de quien no supo conocer ni estimar
su valor, y, sin saber lo que hacia, viéndola de oro purísimo,
debió de fundir la otra mitad para aprovecharse del precio, y de la otra
mitad hizo esta que parece bacía de barbero, como tú dices; pero,
sea lo que fuere, que, para mí que la conozco, no hace al caso su trasmutación;
que yo la aderezaré en el primer lugar donde haya herrero, y de suerte
que no le haga ventaja ni aun le llegue la que hizo y forjó el Dios de
las herrerías para el Dios de las batallas, y en este entretanto la traeré
como pudiere, que más vale algo que no nada, cuanto más que bien
será bastante para defenderme de alguna pedrada.[...]
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