CAPÍTULO XXVII
De cómo salieron con su intención el cura y el barbero,
con otras cosas dignas de que se cuenten en esta grande historia
[...] Otro día llegaron al lugar donde Sancho había dejado puestas
las señales de las ramas para acertar el lugar donde había dejado
a su señor, y, en reconociéndole, les dijo como aquella era la
entrada, y que bien se podían vestir, si era que aquello hacía
al caso para la libertad de su señor. Porque ellos le habían dicho
antes que el ir de aquella suerte y vestirse de aquel modo era toda la importancia
para sacar a su amo de aquella mala vida que había escogido, y que le
encargaban mucho que no dijese a su amo quién ellos eran ni que los conocía;
y que, si le preguntase, como se lo había de preguntar, si dio la carta
a Dulcinea, dijese que sí, y que, por no saber leer, le había
respondido de palabra, diciéndole que le mandaba, so pena de la su desgracia,
que luego al momento se viniese a ver con ella, que era cosa que le importaba
mucho, porque, con esto y con lo que ellos pensaban decirle, tenían por
cosa cierta reducirle a mejor vida y hacer con él que luego se pusiese
en camino para ir a ser emperador o monarca, que en lo de ser arzobispo no había
de qué temer. Todo lo escuchó Sancho y lo tomó muy bien
en la memoria, y les agradeció mucho la intención que tenían
de aconsejar a su señor fuese emperador y no arzobispo, porque él
tenía para sí que para hacer mercedes a sus escuderos más
podían los emperadores que los arzobispos andantes. También les
dijo que sería bien que él fuese delante a buscarle y darle la
respuesta de su señora; que ya sería ella bastante a sacarle de
aquel lugar, sin que ellos se pusiesen en tanto trabajo. Parecioles bien lo
que Sancho Panza decía, y, así, determinaron de aguardarle hasta
que volviese con las nuevas del hallazgo de su amo.
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