Viendo lo cual el gran gobernador, preguntó al acreedor qué respondía a lo que decía su contrario; y dijo que sin duda alguna su deudor debía de decir verdad, porque le tenía por hombre de bien y buen cristiano, y que a él se le debía de haber olvidado el cómo y cuándo se los había vuelto, y que desde allí en adelante jamás le pediría nada. Tornó a tomar su báculo el deudor, y, bajando la cabeza, se salió del juzgado. Visto lo cual Sancho, y que sin más ni más se iba, y viendo también la paciencia del demandante, inclinó la cabeza sobre el pecho, y, poniéndose el índice de la mano derecha sobre las cejas y las narices, estuvo como pensativo un pequeño espacio, y luego alzó la cabeza y mandó que le llamasen al viejo del báculo, que ya se había ido. Trujéronsele, y, en viéndole Sancho, le dijo:
—Dadme, buen hombre, ese báculo, que le he menester.
—De muy buena gana –respondió el viejo–: hele aquí, señor.
Y púsosele en la mano. Tomole Sancho, y, dándosele al otro viejo, le dijo:
—Andad con Dios, que ya vais pagado.
—¿Yo, señor? –respondió el viejo–. Pues ¿vale esta cañaheja escudos de oro?
—Sí –dijo el gobernador–, o si no, yo soy el mayor porro del mundo, y ahora se verá si tengo yo caletre para gobernar todo un reino.

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