—Toma bien las señas, que yo procuraré no
apartarme destos contornos –dijo don Quijote–, y aun tendré
cuidado de subirme por estos más altos riscos, por ver si te descubro
cuando vuelvas. Cuanto más que lo más acertado será, para
que no me yerres y te pierdas, que cortes algunas retamas de las muchas que
por aquí hay, y las vayas poniendo de trecho a trecho hasta salir a lo
raso, las cuales te servirán de mojones y señales para que me
halles cuando vuelvas, a imitación del hilo del laberinto de Perseo.
—Así lo haré –respondió Sancho Panza.
Y, cortando algunos, pidió la bendición a su señor, y,
no sin muchas lágrimas de entrambos, se despidió dél. Y,
subiendo sobre Rocinante, a quien don Quijote encomendó mucho, y que
mirase por él como por su propia persona, se puso en camino del llano,
esparciendo de trecho a trecho los ramos de la retama, como su amo se lo había
aconsejado. [...]
![]() |
|
|||
| Capítulo XIX | Capítulo XXII | Capítulo XXVI | ||
| Capítulo XXI | Capítulo XXV | Capítulo XXVII |