Thaddeus Peregrinus Haenke

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Nació en 1761 en la pequeña ciudad de Kreibitz (hoy Chribská), en Bohemia Septentrional (actual República Checa), en el seno de una familia cuyos miembros eran prósperos comerciantes en el ramo de cristalería. Los primeros estudios los hizo en el colegio jesuita de la universidad de Praga. Desde 1782 estudió medicina, interesándose finalmente por las ciencias naturales, la mineralogía y la botánica.

Recomendado por sus maestros de Viena, fue nombrado botánico y naturalista de la expedición de Alejandro Malaspina, que en tiempos de Carlos IV dio la vuelta al mundo en dos corbetas: “La Descubierta y La Atrevida” entre 1789 y 1795, recorriendo los virreinatos del Perú, Río de la Plata, e Islas Filipinas. Haenke, gozaba de un gran prestigio entre sus profesores y colegas, y con sus 28 años debió marchar a España para unirse a los cartógrafos, pintores y numerosos naturalistas que estaban a punto de embarcar en Cádiz.

Una serie de desafortunadas circunstancias dieron comienzo para Haenke, que sin embargo serían fundamentales para su labor científica en América. En principio, cuando llegó a Cádiz, las corbetas ya habían partido, y debió abordar otra nave con rumbo a Montevideo. El viaje duró tres meses con mal término, ya que el barco naufragó en aguas del río de la Plata y Haenke se salvó a nado con parte de su equipaje. Permaneció en Montevideo por algún tiempo, durante el cual realizó numerosas expediciones botánicas y recolectó casi 800 plantas. En diciembre pudo llegar a Buenos Aires, esperando unirse allí a las naves de la Expedición, pero se encontró con un nuevo contratiempo, ya que éstas habían partido rumbo al sur varios días antes. Esto le permitió a Haenke inspeccionar el río Las Conchas y el Paraná, donde recogió 600 especies botánicas y tomó notas zoológicas y mineralógicas durante dos meses.

En febrero de 1790, decidió atravesar a lo ancho el país rumbo a Chile, en una travesía que para la época resultaba aún fantástica. Haenke lo hizo: primero registró las sierras cordobesas y puntanas y llegó a Mendoza en marzo con 500 nuevas plantas en su colección. Sobre fin de ese mes, cruzó la Cordillera, colectando otras 600 plantas de la flora de montaña. Llegó el 2 de abril a Santiago, Chile, y allí por fin, pudo encontrar a varios integrantes de la expedición, aunque no a las corbetas, que esperaban en Valparaíso. Una vez que se convirtió en un miembro activo de la expedición, trabajó en estrecha colaboración con su jefe de ciencias naturales, Antonio Pineda. Junto a otros naturalistas recabaron información en todos los puertos que tocaban, dejando muchos informes y cartas.

De regreso, la expedición volvería por el Cabo de Hornos a Buenos Aires. Malaspina consideró aprovechar mejor el tiempo de los naturalistas y solicitó al virrey un permiso para que Tadeo Haenke y otros viajen por tierra desde Perú a Buenos Aires. De esta manera inició una larga marcha a través del Perú, Bolivia y el norte argentino. Ascendió el volcán Misti, de 5300 ms., visitó Cuzco y Arequipa, La Paz, el Lago Titicaca, Potosí, Cochabamba, etc. Su espíritu aventurero hizo que se demore demasiado y la expedición zarpó nuevamente sin él para terminar su periplo.

Al margen ya de la Expedición, se afincó en Bolivia, como naturalista pensionado de la Corona, donde estudió la flora, la fauna y la mineralogía del territorio, ejerció la medicina e introdujo por primera vez la técnica médica de la vacunación. También se especializó en el estudio de las plantas autóctonas con propiedades farmacológicas. En 1795 publicó en España Descripción del Perú, Buenos Aires, etc., con los resultados de sus expediciones particulares, y el Herbario de las Pampas de Buenos Aires, Mendoza y la Cordillera de Chile, alumbrado durante su estancia en Cochabamba.

A su regreso a América y a Cochabamba, escribió Introducción a la historia natural de la provincia de Cochabamba y circunvecinas con sus producciones analizadas y descritas, y Memoria sobre los ríos navegables que fluyen del río Marañón (1799). En 1801, descubrió el irupé en la localidad de Santa Ana de Yacuma, en la amazonia boliviana, denominándolo Victoria regia.

Hacia 1807, marchó a Buenos Aires, donde actuó en el ejército durante las invasiones inglesas, como instructor de las milicias y especialista en la fabricación de pólvora mediante la purificación de los salitres. En Chile gracias a sus conocimientos solicitados por industriales chilenos interesados en explotar las calicheras de Tarapacá, había creado el proceso para obtener el salitre potásico. Con la invención de Haenke, se establece el Sistema de Paradas, pequeñas plantas elaboradoras con que comienza la fase de desarrollo industrial del salitre, entre 1809 y 1812, en los sectores de Negreiros, Zapiga, Matamunqui y Sal de Obispo, en la parte norte de la Pampa del Tamarugal, en el extremo norte de Chile. Luego de la reconquista de la ciudad, ejerció el periodismo, escribiendo numerosos artículos en El Telégrafo Mercantil, y fue designado Profesor de Historia Natural de las Provincias Unidas del Río de la Plata, aunque no duró mucho en el cargo, ya que el virrey Cisneros decretó su expulsión de la ciudad. Con fecha 25 de enero de 1810 el virrey de Buenos Aires transcribió al Intendente de Cochabamba una real orden que, a la letra, decía:

“Con noticia de que el naturalista botánico, de nación Alemana, don Tadeo Haënke, destinado que fue a la vuelta del mundo por el Ministerio de Marina, reside ha más de dieciséis años en la jurisdicción de la Intendencia de Santa Cruz de la Sierra, gozando indebidamente el sueldo que se le asignó, ha resuelto el Rey Nuestro Señor don Fernando VII, y en su real nombre la junta Suprema gubernativa de estos y esos dominios, que inmediatamente disponga V. E. su regreso a esta Península, y de orden de S. M. lo participo a V. E. a fin de que disponga el cumplimiento.”

Haenke solicitó una prórroga para su partida, que le fue acordada. En un largo texto que fundamentaba su accionar, expresaba entre otras razones:

“En un continente en donde la variedad de climas y la asombrosa diversidad de sus plantas y producciones, en los reinos animal, vegetal y mineral, presenta una fuente de abundancia donde pueden hallarse, y se hallan preciosos, inestimables tesoros, capaces de prolongar por mucho tiempo la corta duración de nuestra vida ¿qué lugar por más recóndito, qué clima por más rígido, ardiente e insano, y qué camino por mas áspero y fragoso que haya sido, no se han hecho para mí teatro de mis investigaciones botánicas? ¿Cuántos cientos, y aún miles, de leguas habré tenido que andar a pie herborizando, atropellando los más eminentes peligros, sin dar descanso ni a mis fatigados miembros, ni a mis cansados sentidos, empleado siempre en descubrir las propiedades de las plantas, ya por la vista, ya por el olfato, ya por el gusto, y ya por observaciones químicas? A estas incesantes tareas, solicitudes y desvelos, que han gastado mi salud y consumido mi vida, ha debido este reino (en los tiempos más críticos en que por estar obstruídos los mares, con motivo de las guerras que no han cesado, no podían venir de Europa medicamentos) el que se hubiesen surtido y proveído sus boticas de muchas sales, yerbas, extractos y espíritus que he elaborado en los momentos destinados a mi descanso, a precios más cómodos y equitativos que los que corrían, logrando la utilidad y ventaja de tenerlos más activos y eficaces, por no estar disipados.”

Acontecida la Revolución y con la caída de Cisneros, quedó sin efecto el decreto de expulsión. Entonces, decidió marchar nuevamente a Cochabamba, donde en 1817 un accidente doméstico le provocó la muerte: murió envenenado, por torpeza de la empleada que lo asistía en una ligera dolencia. La enfermera equivocó el frasco de un medicamento con otro que contenía un reactivo químico.

Haënke legó a su patria sus colecciones de plantas, cuya descripción y dibujo forman la Reliquiæ Hankeanæ, publicada en 1830 por la dirección del museo de Praga. La obra de Haenke fue rescatada por Amado Bompland, su sucesor en el cargo de Profesor de Historia Natural, y en el siglo XX por Paul Groussac.

Se le rinde homenaje en el género Haenkea y en las especies Schinopsis haenkeana; Clematis haenkeana; Isertia haenkeana; Sida haenkeana; Vochysia haenkeana; Cereus hankeanus; Cyperus haenkeanus entre muchas otras.