—De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos –dijo
Don Quijote– he sacado en limpio que, aunque os han castigado por vuestras
culpas, las penas que vais a padecer no os dan mucho gusto, y que vais a ellas
muy de mala gana y muy contra vuestra voluntad, y que podría ser que
el poco ánimo que aquel tuvo en el tormento, la falta de dineros deste,
el poco favor del otro, y, finalmente, el torcido juicio del juez, hubiese sido
causa de vuestra perdición y de no haber salido con la justicia que de
vuestra parte teníades. Todo lo cual se me representa a mí ahora
en la memoria, de manera que me está diciendo, persuadiendo y aun forzando,
que muestre con vosotros el efeto para que el cielo me arrojó al mundo
y me hizo profesar en él la orden de caballería que profeso, y
el voto que en ella hice de favorecer a los menesterosos y opresos de los mayores.
Pero, porque sé que una de las partes de la prudencia es que lo que se
puede hacer por bien no se haga por mal, quiero rogar a estos señores
guardianes y comisario sean servidos de desataros y dejaros ir en paz; que no
faltarán otros que sirvan al rey en mejores ocasiones, porque me parece
duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres. Cuanto más,
señores guardas –añadió don Quijote–, que estos
pobres no han cometido nada contra vosotros; allá se lo haya cada uno
con su pecado, Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar al malo
ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos
de los otros hombres, no yéndoles nada en ello. Pido esto con esta mansedumbre
y sosiego, porque tenga, si lo cumplís, algo que agradeceros; y, cuando
de grado no lo hagáis, esta lanza y esta espada, con el valor de mi brazo,
harán que lo hagáis por fuerza.
—¡Donosa majadería! –respondió el comisario–.
¡Bueno está el donaire con que ha salido a cabo de rato! Los forzados
del rey quiere que le dejemos, como si tuviéramos autoridad para soltarlos,
o él la tuviera para mandárnoslo. ¡Váyase vuestra
merced, señor, norabuena su camino adelante, y enderécese ese
bacín que trae en la cabeza,
y no ande buscando tres pies al gato!
—¡Vos sois el gato y el rato y el bellaco! –respondió
don Quijote.
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