Y, diciendo y haciendo, arremetió con él tan presto, que, sin
que tuviese lugar de ponerse en defensa, dio con él en el suelo malherido
de una lanzada; y avínole bien, que este era el de la escopeta. Las demás
guardas quedaron atónitas y suspensas del no esperado acontecimiento;
pero, volviendo sobre sí, pusieron mano a sus espadas los de a caballo,
y los de a pie a sus dardos, y arremetieron a don Quijote, que con mucho sosiego
los aguardaba; y sin duda lo pasara mal si los galeotes, viendo la ocasión
que se les ofrecía de alcanzar libertad, no la procuraran, procurando
romper la cadena donde venían ensartados. Fue la revuelta de manera,
que las guardas, ya por acudir a los galeotes que se desataban, ya por acometer
a don Quijote que los acometía, no hicieron cosa que fuese de provecho.
Ayudó Sancho, por su parte, a la soltura de Ginés de Pasamonte,
que fue el primero que saltó en la campaña libre y desembarazado,
y, arremetiendo al comisario caído, le quitó la espada y la escopeta,
con la cual, apuntando al uno y señalando al otro, sin disparalla jamás,
no quedó guarda en todo el campo, porque se fueron huyendo, así
de la escopeta de Pasamonte como de las muchas pedradas que los ya sueltos galeotes
les tiraban.
Entristeciose mucho Sancho deste suceso, porque se le representó que
los que iban huyendo habían de dar noticia del caso a la Santa Hermandad,
la cual, a campana herida, saldría a buscar los delincuentes, y así
se lo dijo a su amo y le rogó que luego de allí se partiesen y
se emboscasen en la sierra, que estaba cerca.
—Bien está eso –dijo don Quijote–; pero yo sé
lo que ahora conviene que se haga.
Y llamando a todos los galeotes, que andaban alborotados y habían despojado
al comisario hasta dejarle en cueros, se le pusieron todos a la redonda para
ver lo que les mandaba; y así les dijo:
—De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de
los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud. Dígolo porque
ya habéis visto, señores, con manifiesta experiencia, el que de
mí habéis recebido, en pago del cual querría, y es mi voluntad
que, cargados de esa cadena que quité de vuestros cuellos, luego os pongáis
en camino y vais a la ciudad del Toboso, y allí os presentéis
ante la señora Dulcinea del Toboso y le digáis que su caballero,
el de la Triste Figura, se le envía a encomendar, y le contéis
punto por punto todos los que ha tenido esta famosa aventura, hasta poneros
en la deseada libertad; y, hecho esto, os podréis ir donde quisiéredes,
a la buena ventura.
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