Marzo 2020

Columnas de opinión del Procurador General

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La pandemia del coronavirus afecta a todo el mundo poniendo en jaque la salud y la normalidad de la vida cotidiana. La grave amenaza de este virus se ha cobrado ya miles de vidas y su fácil contagio pone en riesgo a todos. Como si fuese una consecuencia natural de la globalización, el planeta entero se encuentra convulsionado. Según lo señalan los expertos el mayor problema no es tanto la malignidad del virus sino que la atención sanitaria puede no llegar a tiempo frente a su veloz propagación.

De allí entonces que, como nunca, es preciso que las autoridades adopten con la mayor premura las medidas adecuadas para enfrentar este desafío, y que todos nos dispongamos a cumplir acabadamente las indicaciones y recomendaciones que se imparten.

Se trata, nada más ni nada menos, de cuidar la vida y la salud de todos. Por estos días se enfatiza la necesidad de procurar evitar el contacto entre la gente, no solo como el mejor remedio personal, sino también como la vía más idónea para no dañar a los demás. Vaya paradoja. La virtud de la solidaridad siempre supone la alteridad, pensar y sentir con el otro. En estas circunstancias tener en cuenta al otro requiere de poner distancia, cuidar la propia salud para proteger también a los demás. Si tradicionalmente la solidaridad significa cercanía, en esta emergencia ella exige, según sea el caso, del distanciamiento y el aislamiento.

Como decíamos, esta excepcional amenaza requiere le prestemos toda nuestra atención procurando cumplir y hacer cumplir los protocolos indicados sin perder los estribos ni caer en la paranoia y el temor paralizante. Podríamos como abogados ahondar en las consecuencias jurídicas, tanto civiles como penales, que podrían acarrearse de las conductas que se aparten de estos preceptos.

Pero me parece más atractivo compartir otra reflexión. La prudente y obligada permanencia de un mayor tiempo en nuestras casas puede constituir también una magnífica oportunidad para fortalecer los vínculos familiares y recrear un espacio para la cultura y la meditación que alimente nuestro espíritu.

Seguramente nos mantendremos conectados a nuestras computadoras personales y redes sociales, incluyendo el trabajo a distancia que debamos realizar, pero ello no debería bloquear las bondades de una buena lectura o el desarrollo de alguna otra actividad de cualquier tipo que sirva para nuestro crecimiento interior y nos brinde además la necesaria serenidad.

Si estar más aislados nos hará bien al cuerpo, aprovechar esta inédita circunstancia para crecer en vida interior nos mejorará el espíritu.

Y cuando esta emergencia haya pasado – quiera Dios que sea lo antes posible – podamos repetir el sabio refrán popular de que “no hay mal que por bien no venga”.